Mientras escribía mi primer artículo, a propósito de mi experiencia en Japón, puse mucho énfasis en la impresionante empatía y el respeto que pude observar en la sociedad nipona. Un respeto que pone al colectivo y al bien común como prioridades sobre la agenda personal, con una mirada de largo plazo.
En ese momento el Coronavirus era una realidad aún lejana. De esas que ves en los noticieros como algo que no ocurriría aquí, o que lo haría en mucho tiempo. Personalmente, yo me encontraba haciendo planes para la siguiente semana, pensando en cómo y dónde pasar mi cumpleaños. La realidad, como suele ocurrir, superó todas las expectativas.
El domingo 15 de marzo, el Presidente Martín Vizcarra anunciaba la puesta en marcha de un Decreto de Urgencia que dictaminaba el Estado de Emergencia a nivel nacional. Algo que, para algunos, puede sonar exagerado pero que, en virtud de lo observado, era lo que se tenía que hacer.
Lo que hemos demostrado desde que empezó a crecer él número de infectados, es una preocupante falta de empatía, de eso que parece sobrar en el país del sol naciente. Anaqueles vacíos, más que por necesidad, por avaricia, la desvordante y desproporcionada necesidad de PH, y en algunos casos, aprovechar la coyuntura para subir precios o, con la consigna de “lo hago porque puedo”.
Después de sus primeras 48 horas, el Estado de Emergencia nos vuelve a mostrar que aprendimos muy poco de las experiencias del pasado. Lo que hizo posible el milagro asiático: aprender (o copiar si es necesario) y mejorar; brilla por su ausencia. Las medidas del Estado tuvieron que ser reajustadas, pasando del aislamiento al toque de queda y a la restricción de uso privado de vehículos ¿Y por qué? Porque entre nosotros tenemos muchos “Pacientes 31 de Corea del Sur”, quienes piensan que pueden anteponer su agenda personal a la del bien comun, a la de la sociedad y a la del sentido común.
Ahora bien, este artículo no pretende hacer cargamontón sobre nuestros fallos como sociedad. Eso sería mezquino y, hasta cierto punto, inoportuno. El comparativo con Japón es un llamado de atención a un reto que tenemos pendiente: el del desarrollo social y del bien común como agenda estratégica.
Una vez que esta pandemia se controle, porque así será, no me quedan dudas, habremos aprendido una o dos lecciones que, de seguro, marcarán a las generaciones futuras y a nuestra forma de hacer y ver las cosas. Tocará entonces replantear prioridades, mirar la cifra económica sin perder de vista el reto social, la educación en valores, el medio ambiente. Empatía y respeto.
Tal vez este virus, en medio de su inoportuna aparición y complicadas consecuencias, nos dejará aprendizajes que tenemos que integrar como personas, sociedad, empresa y país ¡Tomemos esta crisis como una oportunidad!