Tomar decisiones cruciales implica tener en cuenta lo compatible y lo complementario en tú decisión. Me explico. Por un lado lo compatible: cosas que puedo hacer al mismo tiempo y de forma armónica combinarse con ella sin estorbarla. Si lo pongo en pregunta, ¿qué es eso que no tenemos, buscamos y que podríamos integrar fácilmente? Por otro lado, está lo complementario: cosas que debo hacer para completar o mejorar lo que hago. En pregunta sería: ¿qué me está faltando, me puede completar y hacerme mejor?
Mudarnos del Perú con mi familia es una de esas decisiones clave y en este artículo quiero compartir de manera honesta cómo la resolvimos.
Debo admitir que al inicio barajamos otros países, cada uno de los cuales ofrecía sus propios beneficios y desafíos. Y ahí entró en juego lo compatible y lo complementario ¿qué es eso que no tenemos, buscamos y nos puede hacer mejores personas? Tener claro lo que queríamos fue fundamental: Bien común, respeto, educación, civismo, cielo azul, mar, vegetación, apertura de negocios, buena onda, cercanía horaria, un lugar con una buena estructura para criar mejor a nuestros hijos, y otras bondades que nos brindara el país y su gente.
Uruguay resultó idóneo. Para empezar está a solo cuatro horas y media de Lima en avión. Tiene una franja horaria que va dos horas por delante de Perú, con lo cual, me despierto “dos horas antes”, ganando tiempo para hacer deporte, y ordenar mejor mi día, entendiendo que aún hago negocios en Perú (aunque también los días de trabajo acaban más tarde y los almuerzos son más cortos). Además, la conexión a internet (una de las tres mejores de Latinoamérica) es excelente, permitiéndome una conectividad sin fisuras. La conectividad aérea no es la mejor pero se resuelve siendo ordenado.
Por otra parte, es un país con un sistema judicial muy estable. Esto significa reglas claras que se respetan independientemente de la orientación de quien llegue al poder, por lo cual las perspectivas económicas no se ven afectados (de hecho tuvieron un gobierno de corte socialista durante 15 años, y es probable que llegue otro luego de que termine el gobierno del Lacalle Pou). Es todo muy predecible.
En los negocios, Uruguay es un ejemplo de buenas decisiones. Invirtió en desarrollar una infraestructura espectacular y ha abierto sus puertas a empresas foráneas de una manera impresionante. Tiene 13 zonas francas con empresas internacionales y locales que ven al país como un hub que los conecta con el resto del mundo.
Aunque, en comparación con las existencias de recursos naturales en Perú, los de Uruguay son más acotados, han sabido invertir en estos, convirtiéndolos en una fuente importante de ingresos, sumado a su apuesta por la industria de la tecnología.
Creo, sin temor a equivocarme, que la clave está en la educación. Uruguay ha invertido de manera decidida por ofrecer una educación de primer nivel y se nota. Por ejemplo, el aparato estatal es un poco “pesado” en tamaño y estructura, pero el tener a personas educadas a cargo hace la diferencia.
Tienen servidores públicos que muestran una disposición real para resolver tus problemas, para escucharte. Hay un trato horizontal, nada de señor o señora desde un servilismo o autoridad con poder, con lo cual la comunicación pasa a un “tú a tú”, y fluye. Esto lo viví en carne propia cuando tuve que ir a hacer un trámite en un Ministerio y, por error mío, me faltaba un documento. En vez de decirme que no se podía hacer nada, los funcionarios me dijeron que iniciarían el proceso y que al día siguiente regresara al mediodía con el documento faltante. Y así fue.
Cuando regresé, un día después, me esperaba una señorita para recibir el documento y confirmarme que procedía el trámite. Esto desafió y luego desactivó el modo “defensivo” que tengo en el Perú cuando realizo trámites en el estado, y me llevó a un modo de tranquilidad, de hacer las cosas de la manera correcta. Una diferencia enorme con lo que tenía antes.
Aquí todo se basa en la confianza.
Y esa confianza implica una responsabilidad. Es un país con tan pocos habitantes que es fácil que todo el mundo se conozca de manera muy rápida. Si haces las cosas bien, la relación se fortalece y fluye, si decides hacer alguna criollada, te bajarán el dedo sin dudarlo. Hay una presión social para cuidar esa confianza.
En otro plano, ver que mis hijos puedan crecer cerca al mar (en realidad es el Río de la Plata, ya que aún me cuesta asumirlo), al bosque, a la playa, es algo que valoro mucho. El clima es algo extremo comparado con Lima: un verano muy caluroso y seco, un invierno muy frío, que aún no experimento, y una lluvia frecuente. Pero la infraestructura está preparada para estos extremos, por lo cual no representan un problema. Es un clima al que debo adaptarme aún, pero ver el cielo azul cada día me motiva a querer salir adelante, a moverme.
Visto todo esto, estoy convencido de que tomamos la decisión correcta. No me sorprende que entre todos mis conocidos que vinieron a este país por negocios, por vacaciones, o que se relacionaron con uruguayos, no encontrara uno solo que me dijera “este no es el lugar”. A todos, gracias infinitas.
Hay desafíos, sin duda. Por ejemplo, la vida es mucho más cara que en Lima, me faltan mis amigos, mi familia, la comida peruana, mi historia, varias cosas más… pero volviendo a la idea que abre este artículo, estoy encontrando eso que quería y que me faltaba. Es un proceso. Ahora me toca cuidar esta creciente relación con el país, con su gente, sumar mi propio valor y desde acá crear puentes con el Perú.
Soy feliz, mi familia es feliz. Tengo todo lo que necesito.