A todos nos ocurre en diferentes momentos de nuestra vida. Vemos algo en retrospectiva (una decisión, una omisión, etc.) y nos preguntamos qué hubiese sido de nuestras vidas si hubiéramos tomado otra decisión, si hubiésemos decidido actuar diferente. De hecho, una experiencia reciente me llevó a encontrar cuán relacionada está la pregunta “¿qué hubiese pasado sí?” con el arrepentimiento.
Hace poco más de una semana me encontraba en Asunción (Paraguay), como expositor en la conferencia para la organización de Olimpiadas Especiales, cuya cuarta edición de sus juegos latinoamericanos se realizará el próximo año en esta ciudad. La cuestión es que ahí conocí mucha gente, líderes de los diferentes países que participaban del evento.
Una pregunta frecuente fue, “¿eres peruano?”. A lo que respondía que sí lo era, y que radicaba en Uruguay, compartiendo las razones y la historia detrás de mi decisión de venir a vivir acá. Lo siguiente era una mezcla de asombro y curiosidad: “¡Wow! Y a tu edad”, ante lo cual replicaba que si uno quiere hacer algo, debe hacerlo. Tienes un sueño, que se transforma en un plan, que luego se convierte en una serie de acciones que finalmente lo conviertes en realidad.
Eso me llevó a pensar en la famosa pregunta del “¿qué hubiese pasado sí?”. Lo cierto es que a lo largo de la vida abrimos una puerta, cerramos otra; hacemos y dejamos de hacer cosas; decidimos decir o evitamos decir algo…y muchas veces nos arrepentimos. Y nos arrepentimos tanto de hacer como de no hacer.
Ese arrepentimiento puede realmente convertirse en una carga para nosotros. No podemos vivir atrapados en el hubiese o en el hubiera. Debemos asumir la responsabilidad de lo que hicimos (o dejamos de hacer) y sobre esa base avanzar.
Tengo un par de experiencias al respecto. Hace ya varios años, decidí buscar nuevos desafíos y salir de la empresa en la que me encontraba trabajando. Entonces, entré en un proceso para entrar a trabajar en dos empresas. Una era una empresa muy grande (más grande que la empresa en la que me encontraba laborando), y la otra era una empresa más chica pero representaba un desafío muy interesante.
Al final, me decidí por esta segunda empresa, por el cargo de gerente general que me ofrecían, además de que me dieron una respuesta relativamente rápida. Sin embargo, me encontré de inicio con muchas dificultades, más de la que esperaba. Y entonces ocurrió algo que no esperaba. A solo 15 días de haber iniciado mi nuevo desafío laboral, la empresa más grande me llama para decirme que querían que trabajara con ellos. Era LA OPORTUNIDAD. Ellos insistieron en la magnitud de la organización, en todos los beneficios que representarían, etc. Pero me negué, considerando que no era correcto renunciar en tan poco tiempo habiéndome ya comprometido con el nuevo proyecto.
Recientemente me pregunté qué hubiese pasado si renunciaba tras esos 15 o 20 días y tomaba la oferta de la empresa más grande. Definitivamente sería otra persona. Porque con la decisión que tomé en ese momento, me forjó de una forma, contribuyó en construir carácter, en asumir mi responsabilidad de comprometerme en un proyecto, cumplir con mi palabra y tener claro que no era un tema de dinero, sino de una mayor capacidad de hacer cosas y ser leal conmigo mismo.
Pero la realidad es que no puedo saber qué hubiera pasado. Porque tomé una decisión, y creo que ese es el aprendizaje. Son situaciones que debemos dejarlas ahí, como parte de nuestra historia y, más bien, sostener las decisiones que tomamos en ese momento.
Ahora bien, hay otros caminos. También podemos analizar el “por qué” de esa decisión y tomarlo como aprendizaje. Repensar lo que pudimos haber dicho o hecho en ese momento para que, la siguiente vez que la vida me presente una oportunidad o desafío similar, tomar otra decisión si consideramos que es la correcta.
Ese análisis también nos puede llevar a tomar acción y resarcir algo que no hicimos o no dijimos. Creo a todos nos pasa que en algún momento pensamos o sabemos algo sobre una situación en la que nosotros podemos intervenir y, por el motivo que fuere (miedo, por no incomodar, etc.), nos quedamos callados. Y luego eso que pensábamos, ocurre. ¿Qué podemos hacer? Una buena idea es regresar y contribuir a solucionar lo que pasó, e incluso es saludable (y valiente) compartir que, en efecto, pensábamos que eso podía pasar y no lo dijimos. Es atender eso que dejamos pendiente en el pasado.
O incluso esas conversaciones importantes que no tuvimos.
En las últimas horas de vida de mi papá, mientras se encontraba en UCI, sabiendo yo que eventualmente partiría, aproveché esos momentos para tener conversaciones, que en realidad eran monólogos porque él ya no estaba consciente. Sin embargo, pude decirle todas esas cosas que estaban pendientes y que en su momento, por puro miedo, nunca se las había dicho cara a cara. Se que, de una forma u otra me escuchaba.
Debemos tener claro que “hubiera” y el “hubiese” seguirán apareciendo siempre, eso no lo podemos evitar. Pero sí tenemos control sobre lo que hacemos con ambos, sí podemos reflexionar, aprender, resarcir y avanzar en eso que dejamos pendiente. Quitémonos de la mochila el arrepentimiento y avancemos.