El costo de la obviedad

Esta escena les resultará familiar. Pides un café y te traen uno americano, tibio y con azúcar, en una taza tipo perol. Lo rechazas, señalando que no es lo que esperabas, porque para ti un café se toma en una taza pequeña, muy caliente, expreso, cargado y sin azúcar. La persona que te está atendiendo replicará que no pediste esto, simplemente pediste un café. Y tú, en ese momento, pensarás que lo que necesitabas y cómo lo necesitabas, era algo obvio.

Esta interacción, si bien es simple, grafica claramente las complejidades de la obviedad. Lo que es obvio para ti, no necesariamente lo será para mí. El tener claro esto cambia totalmente la forma en que hacemos las cosas, en la vida personal y en los negocios.

Cuando no pedimos las cosas claramente y lo hacemos desde la obviedad, entramos en un espacio en el cual se generan ineficiencias, frustraciones, molestias, pérdida de tiempo, recursos y de energía con un alto costo. ¿Cómo resolvemos esto? La respuesta es sencilla: no asumamos.

El problema con la obviedad es que asumimos que aquello que nosotros consideramos evidente lo es también para nuestra contraparte. Pueden argumentar, con justa razón, que entrar en detalle al hacer una solicitud, un pedido o una pregunta, toma algo más de tiempo, pero ese tiempo se ve retribuido con creces al generar procesos más eficaces, efectivos y eficientes en el corto, mediano y largo plazo.

Y aquí se requiere un ejercicio permanente de reconocer que, incluso si la persona nos conoce bien, no necesariamente sabrá exactamente lo que necesitamos. Y esto se exacerba cuando nos encontramos en espacios con culturas, idiomas e incluso generaciones distintas, porque cada una maneja códigos y formas de comunicar muy diferentes.

Volvamos al ejemplo del café, y pensemos en que nos podríamos haber ahorrado el momento incómodo pidiendo de manera clara un café expreso, muy caliente y sin azúcar, e incluso solicitar una servilleta adicional. Además, podríamos mencionar que lo queremos en 5 minutos. En otras palabras es planear el pedido con todas sus condiciones de satisfacción que eviten la obviedad.

Con toda esa información, nuestro interlocutor sabrá exactamente lo que necesitamos y ahí entramos en una sintonía distinta, porque la otra persona (que puede ser un cliente, un socio o un amigo), al entender claramente el pedido, también puede evaluar de manera precisa si este puede ser atendido en el tiempo, forma y fondo que solicitamos.

Quizá podría darnos el café caliente, sin azúcar, y la servilleta extra, pero podría tardar más de 5 minutos. Al tener la información completa, le damos la chance de evaluar sus recursos y capacidades y darnos una respuesta honesta, además de generar un compromiso que, finalmente es una promesad de cara al futuro.

Esto aplica para nuestras relaciones interpersonales y para los negocios. Un proveedor, un amigo, un familiar o un cliente podrán responder a nuestras necesidades de manera precisa. El proveedor podrá decirnos que no cuenta con el insumo necesario pero que lo podrá conseguir si le damos más tiempo, o incluso mejorará su propuesta, el familiar o el amigo podrá decirnos que puede o no ayudarnos a resolver un problema, o que puede simplemente escucharnos.

El cliente podrá decirnos que nuestras condiciones escapan de sus posibilidades, pero podrá requerir una propuesta a medida. Al dejar de lado la obviedad entramos en el terreno de la certeza, del entendernos unos a otros y, por tanto, podremos asumir mejores compromisos.

Hagan el experimento. Antes de hacer un pedido, intenten ser lo más claros, detallados y precisos en lo que necesitan, de tal forma que a la otra persona no le queden dudas. Notarán el cambio al instante y su vida será más sencilla y plena.

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