Hace un mes, mi papá murió a los 84 años. Él venía batallando con una serie de problemas que se iniciaron 47 años atrás, cuando a raíz de un problema cardiaco le pusieron en total 9 bypasses y 2 stetns que, aunque eran necesarios, generaron una serie de complicaciones a lo largo del resto de su vida.
Esto significó un cambio en el estilo de vida de mi padre. Lo vi poco a poco pasar de ser una persona súper fuerte, a alguien a quien le costaba cada vez más mantener su ritmo habitual, en cual constantemente estaba trabajando, atendiendo a sus clientes, metido de lleno en lo que era su pasión: la arquitectura.
Trabajaba, diseñaba, construía e incluso en sus últimos años, con una edad ya avanzada, mantenía a mano su cuadernito, en el cual, con los temblores propios de su edad, seguía diseñando, dibujando, con la ilusión intacta de poder crear cosas. Quizá no lo planeó o lo pensó de esa forma, pero estaba construyendo un legado.
Precisamente, hace unos días, el universo me envió un artículo que hacía referencia a Clint Eastwood, en el cual se hacía énfasis en una frase del director, productor y actor: “Dont let the old man in” o “no dejes entrar al viejo en tu vida”. Como sabrán, Clint Eastwood tiene más de 90 años, y continúa produciendo películas y, actuando. Tiene más de 20 películas, 10 nominaciones y 4 Oscar´s De hecho, su época dorada como director empezó alrededor de sus 70 años.
La frase se dio en una entrevista en la cual le preguntan a Eastwood cómo hacía para seguir generando tantas cosas y de tanta calidad a su edad. Su respuesta fue contundente: “es que yo no dejo entrar al viejo en mí, y porque todas las mañanas desde 1959 lo que hago es decirme “Don’t let the old man in”, no dejo entrar al viejo” (sobre esto en específico profundizaré en un próximo artículo).
Tanto me impactó esta frase, que la tengo pegada frente a mi escritorio. Y quizá me tocó de esa manera porque inmediatamente la relacioné con mi papá. Me di cuenta de que mi papá, sin decirlo, no dejó entrar al viejo en él hasta el final de sus días. Hasta el último momento estuvo ocupándose de las diferentes cosas que quería hacer: remodelar un departamento, o viendo la forma de solucionar algún problema en su oficina.
Entendí que, a pesar de que los bypasses y la insuficiencia cardiaca lo disminuían físicamente, y de que tranquilamente pudo haber optado por recibir con los brazos abiertos al “viejo” y dejarlo entrar en él, siempre se negó, luchando sin descanso, y sacando adelante nuevos proyectos.
Mi padre era una persona muy especial, siempre se puso en la posición de entender la necesidad de su cliente, y se transformó en casi todos los casos, en el arquitecto de cabecera. Se convirtió en esa persona que sabías que te solucionaría el problema, o transformaría esa idea, sueño en realidad.
Eso, creo yo, es lo que diferenciaba a mi papá de muchos otros: el pensar constantemente en lo que necesitaba su interlocutor y escucharlo, con ese nivel de atención que tanta falta nos hace en estos días. Luego, potenciado por su creatividad, iniciaba los trazos en su cuadernito cuadriculado que luego lo transformaban en un AutoCAD, para finalmente construirlo.
Su legado, a mi parecer, se hace palpable en dos cosas. La primera era esa capacidad de convertir un sueño, intangible, en algo tangible. ¿Cuántos tenemos sueños que dejamos en nuestra mente por no dar ese paso de hacerlo real? ¿Cuántos de nosotros nos detenemos en vez de tomar papel y lápiz y empezar a darle forma? Imposible no pensar en cuánto podemos hacer cuando nos atrevemos.
La segunda está en sus enseñanzas. Mi padre sabía que eventualmente llegaría el día en que sus capacidades se irían reduciendo, y se ocupó de ello, rodeándose de personas a las cuales formó. Y esto no se reduce a las personas con las cuales trabajó, todas con una calidad humana increíble, sino que incluye a las personas a las cuales en determinado momento dio trabajo y a sus propios clientes.
En estos días después de su muerte, aún me resulta emocionante encontrarme con personas que lo recuerdan como alguien muy querido, con un reconocimiento y una admiración sincera hacia todo lo que logró hacer, a pesar de ser una persona de muy perfil bajo. Mi padre nunca necesitó salir en medios, promocionarse, ni todo lo que hacemos hoy en día para hacernos visibles. Su credibilidad y confiabilidad era la base de la confianza que generaba, su trato, su relación con las otras personas.
Su legado, el que le deja a mi familia y a mí, el que quiero transmitir, es el de hacer las cosas de manera correcta. Y creo que eso es lo que tenemos que hacer, hacer las cosas bien. Ahora me toca transmitir y mantener vivo ese legado.