Nuestro talón de Aquiles: La falta de consistencia

Hace unos días escuchaba un interesante podcast de Darren Hardy en el cual hacía una afirmación bastante audaz, que sin importar quién seas, cuán talentoso, cuan experimentado o reconocido fueras, él sería capaz de vencer en cualquier competencia. Lo que al principio puede ser un ejercicio de soberbia, en realidad se basa en algo fundamental: la consistencia.

En mis presentaciones vengo hablando del interés compuesto, según el cual las pequeñas decisiones, los pequeños pasos que damos en el tiempo, se convierten en cambios radicales, para bien y para mal. Dar esos pequeños pasos parece sencillo, sin embargo, hacerlo de manera recurrente, metódica, y efectiva, requiere vencer una inconsistencia que ha sido el talón de Aquiles de la humanidad desde el inicio de su existencia.

Ser consistente no es una tarea sencilla. Muchas personas nos planteamos objetivos cada fin de año, o nos comprometemos a hacer ejercicio, a hacer una dieta, o lograr ciertos sueños. Sin embargo, al no tener los resultados inmediatamente, perdemos la consistencia, y perdemos principalmente el estado emocional del momento en que tomamos la decisión o nos planteamos esa meta.

Esa capacidad de permitirnos lograr cosas increíbles, o de abandonar por completo nuestras metas, es lo convierte a la consistencia en el arma más potente que existe y, a la vez, en nuestra más grande debilidad. Dominarla requiere mucho de nuestra parte, mantenernos constantemente alineados y, especialmente en este contexto, en que la incertidumbre no nos deja ver el resultado de manera inmediata, debemos establecer una rutina y los hábitos que nos permitan llegar a donde queremos.

¿No nos deslumbramos todos con los éxitos de un atleta de alto rendimiento, o nos sentimos inspirados por los logros de una exitosa persona de negocios? Sin embargo, lo que vemos públicamente es solo la punta del iceberg. Lo que no está frente a nuestros ojos, son las largas horas de repetir pequeñas acciones, una y otra vez, hasta dominarlas o llevando sus capacidades a su máxima expresión. Es decir, consistencia.

La clave está en no dejarnos ganar por el olvido, en mantener activa esa emoción de optimismo, mantener vivo ese momento en que tomamos la decisión y alinearos constantemente a nuestro propósito o a lo que queremos realmente cuidar. Incorporando esto último podemos regresar a esa emocionalidad que nos llevó a elegir ese gran cambio que queremos. No es una tarea sencilla mantener esas emociones, que pueden ser fácilmente derribadas por factores complejos, como una nueva cuarentena o la postergación de un proyecto o que simplemente, algo no salió como queríamos.

Sin embargo, los beneficios a mediano y largo plazo de dominar la consistencia son verdaderamente invaluables y pueden significar que pasemos de intentar competir a triunfar, valga la redundancia, consistentemente. Demos ese primer paso inteligente, y mantengamos el ritmo con prisa y sin pausa.

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