Desde hace aproximadamente 10 años, vivo en una zona de Lima que me permite ver gran parte de la ciudad. Durante todo ese tiempo, he visto con preocupación cómo una capa de smog, como una “nata gris”, va cubriendo la ciudad año tras año, impidiendo que la vea en su real dimensión.
Hay pocos días al año en los cuales, con mucha suerte, se puede ver la isla San Lorenzo, pero la mayor parte del tiempo, la vista se ve cubierta por un cielo gris que refleja el alto nivel de contaminación de la capital. Esto lo vemos mejor al día siguiente de una “lluvia limeña” donde las gotas ya secas sobre la superficie de, por ejemplo, un carro, se ven llenas de un polvo gris, que podemos creer es tierra, pero en realidad son partículas provenientes del smog.
Sin embargo, desde que se decretó el aislamiento social obligatorio, he notado como, poco a poco, la vista que tengo de Lima se ha ido ampliando, a la vez que el nivel de smog en el aire decrece de forma acelerada.
Esta nueva vista me ha permitido observar cada vez más cerros en la periferia de la ciudad, cubiertos de una urbanidad que ya no encontró lugar en el llano. Cada día aparecen más cerros que antes no se podian ver y, por la noche, estos nos regalan un nuevo espectáculo formado por un mar de estrellas que le dan un nuevo protagonismo a estos cerros.
En resumidas cuentas, nuestra “ausencia” obligada ha puesto de manifiesto la increíble capacidad que tiene el planeta, la naturaleza, para recuperarse, y lo está haciendo a un ritmo inusitado. De acuerdo con las cifras del Ministerio del Ambiente, al 18 de marzo, el aire de Lima tenía una concentración de 15 µg/m3 (microgramos por metro cúbico) de PM 2,5 (partículas producto de la emisión de los vehículos, Diesel en su mayoría). Si tenemos en cuenta que, a marzo del 2019 esas cifras eran de 44 µg/m3, el descenso ha sido significativo.
Considerando que esa medición es de hace 12 días y que aún queda el tiempo de ampliación que el Estado anunció la semana pasada, los efectos positivos de esta “parada” se irán haciendo mucho más visibles.
El hecho es que esto no solo nos demuestra el poder de recuperación del medio ambiente, sino también el alto impacto negativo de nuestra actividad económica y social. El reto está en reflexionar sobre lo que haremos más adelante, una vez que pase el problema del Coronavirus.
¿Nos recuperaremos y regresemos a nuestra forma habitual de hacer las cosas?, ¿o tendremos la responsabilidad y (espero) el compromiso de mirar el futuro de manera distinta, incorporando nuevas formas de hacer las cosas? Frente a nosotros tendremos el enorme desafío de hacer que nuestra economía se recupere, pero está en cada uno de nostrosos hacerlo desde una posición en la cual reducir el impacto en el medio ambiente sea un pilar clave.
Ya los primeros análisis indican que esta recuperación climática será momentánea y que probablemente retrocedamos lo avanzado en nuestro afán de acelerar la economía. Espero que, esta vez, la visión sea otra. Hace mucho no teníamos la oportunidad de detener el mundo y empezar de nuevo. Hagamos las cosas bien esta vez. No necesitamos de otra pandemia para abrir los ojos y poder ver más allá de lo evidente.