Hace un año, mi viejo, Óscar de Monzarz, partía de este mundo dejándome un legado de aprendizajes y muchos desafíos por delante. Hoy no podré estar en su misa del año en Lima por múltiples motivos, pero no quiero dejar de reflexionar sobre lo que fue este año sin él presente, ahora haciendo mi vida en Montevideo.
Sin lugar a duda, este tiempo me llevó a repensar en lo que representa el rol de papá, en la relación que tenía yo con el mío, en todo lo que me dejó y en mi rol como papá. En múltiples ocasiones, me encontré preguntándome ¿Qué hubiera hecho mi papá ante esto? Dado que para mí era (y es) un ejemplo a seguir.
Me faltarían páginas para compartir todas las lecciones que me dejó, pero hay cuatro que dan vueltas en mi mente de manera constante y que, a lo largo este año, se han ido haciendo cada vez más visibles. De alguna manera, como Steve Jobs, me encontré a mí mismo conectando esos puntos a lo largo de mi vida.
La primera lección, de la cual conversé recientemente con mi mamá, tiene que ver con momentos en los cuales aposté por dar la mano a personas que necesitaban soporte o algún tipo de ayuda mía, sin ninguna transacción de por medio, más allá de una relación de gratitud, solo las ganas de ayudar porque sé que puedo ayudar.
Mi padre era una persona que se lanzaba muchas veces a comenzar proyectos, a ayudar a gente, trabajándole por adelantado, sin siquiera haber cerrado un acuerdo. Bastaba la intención. Eso lo hacía desde su alma de artista, desde su convencimiento de que tenía y quería ayudar a esa persona. Y esto se transformaba en confianza, en apertura, en estar disponible en servicio. “Eventualmente esa ayuda se transformará en una semilla y esa semilla crecerá y el universo me la devolverá de otra manera”. Una lección clásica de mi viejo.
La segunda lección tenía que ver con pedir ayuda, no solamente en el sentido de que me ayudes en determinado tema o que me presentes a tal o cual persona, (algo que hice ni bien llegué a Uruguay). No, esto también va de pedir ayuda a los que no están acá, a esos ángeles que tenemos. Tener esa conversación con mi viejo, a pesar de que no esté físicamente acá, pero que está presente, en otra dimensión o en otra forma, en espíritu.
Es pedirles ayuda aunque no te van a hablar, pero sí te van a dar señales. Y esas señales comienzas a verlas si es que tienes la disposición para verlas. Se trata de estar abierto a pequeñas cositas que suceden, de esas que te llevan a pensar “qué coincidencia, ¿no?”. Y en realidad no es coincidencia, al menos no para mí, sino que es una forma de sentir y ver que alguien sigue presente.
En este año que transcurrió, esta forma de pedir ayuda creció. Y es que no cuesta, nada. Sí, te pone en una posición de vulnerabilidad, pero equilibra la balanza: así como ayudas, debes pedir ayuda a quienes están y a quienes ya no están.
La tercera se trata de las conversaciones pendientes. A lo largo de nuestra vida se generan una serie de situaciones que generan conversaciones que muchas veces no se cierran. Son como heridas que quedan abiertas. Yo tuve la suerte de cerrar muchas conversaciones con mi viejo en sus últimos días e inclusive cuando él estaba en UCI, si bien es cierto que era prácticamente un monólogo porque solo yo hablaba y él no me podía responder, estaba seguro de que me escuchaba de una u otra manera. Lo que si sé, es que las pulsaciones subían ligeramente desde que entraba hasta que salía.
Debemos cerrar esas conversaciones, por más dolorosas que sean. Es mucho más fácil procrastinarlas, es cierto, pero necesitamos ocuparnos de ellas, cerrar el tema y entrar en una nueva etapa, liberándonos de la preocupación de esos asuntos pendientes y ocupándonos.
Y la última lección está relacionada con confiar y creer en la intuición. Mi papá era una persona que siempre me decía, “sí va a salir, no te preocupes que sí va a salir”, y yo no lo entendía. Y, curiosamente, esto tiene que ver con la primera reflexión: apostar por tu intuición. Él se metía en ciertos negocios, en los cuales creía mucho en la persona, creía mucho en el proyecto, creía mucho en su capacidad. Y no solamente creía desde la cabeza, desde el cálculo, sino que también lo creía desde la intuición. Le hacía sentido y para adelante.
Esa intuición está estrechamente relacionada con un confiar en que lo que estás haciendo es lo correcto, es lo que tienes que hacer y es la oportunidad. Acá en Uruguay se me están presentando una serie de oportunidades y obviamente no puedo tomar todas. Lo importante en un escenario así es confiar en tu intuición para reconocer en qué oportunidad o nuevo proyecto debo entrar y en cuál no. Y se trata de tener muy claro que la mayoría deben ser No, son muy pocos los proyectos que te abren esa posibilidad de salir adelante. Debemos aprender a observar también con las emociones y lo que el cuerpo te dice.
Estos aprendizajes, son el mejor legado que me dejó papá. Aún parece increíble que haya pasado un año pero, de alguna manera, al recordarlo en cada decisión, al pedirle ayuda, al verlo en esos pequeños momentos a veces imperceptibles, lo siento presente. Sigue aquí, ayudándome. ¡Gracias, viejo!